Análisis del Instituto del Propósito del Bienestar Integral (IPBI) revelan que tres de cada diez trabajadores en México padecen un conjunto de síntomas físicos y psicológicos que dificultan su reincorporación a la rutina tras un periodo de descanso, fenómeno conocido como síndrome postvacacional (SPV).
Este trastorno adaptativo se manifiesta con apatía, ansiedad, fatiga, mal humor, angustia, tristeza, astenia (debilidad generalizada), insomnio o somnolencia diurna, palpitaciones, sudoración excesiva, mareos, dolores de cabeza, debilidad muscular y falta de concentración. Más allá de afectar el bienestar individual, el SPV tiene repercusiones económicas tangibles para las empresas y para la productividad nacional.
En México, los costos derivados del ausentismo laboral —una de las posibles consecuencias de un SPV severo— pueden representar hasta el 7.3 por ciento de la nómina de una compañía. Este reto cobra mayor relevancia tras la entrada en vigor de la reforma de Vacaciones Dignas, cuyo impacto positivo en productividad depende en gran medida de que la transición del descanso al trabajo sea saludable y efectiva.
Para afrontarlo, el IPBI, de la Universidad Tecmilenio, recomienda a las organizaciones adoptar un enfoque proactivo y sistémico, alineado con la NOM-035 sobre factores de riesgo psicosocial. Entre las estrategias clave destacan:
La severidad del SPV suele agravarse en entornos laborales con sobrecarga crónica, liderazgo deficiente o falta de propósito, donde el regreso se convierte en una fuente de ansiedad. Si no se gestiona, esta situación puede derivar en síndrome de burnout o trabajador quemado, reconocido por la OMS como fenómeno ocupacional.
“El síndrome postvacacional no es una debilidad individual, sino un termómetro de la salud organizacional”, subraya Rosalinda Ballesteros, directora general del IPBI. “La aprehensión al regresar al trabajo suele reflejar ambientes con altos niveles de estrés, falta de reconocimiento y baja satisfacción. Las empresas que ven este fenómeno como una oportunidad para evaluar su cultura, fomentar un liderazgo positivo y promover el bienestar integral no solo mitigan la pérdida de productividad, sino que impulsan el florecimiento de su talento humano”.
Ballesteros recordó que el SPV es, en la mayoría de los casos, transitorio: los síntomas pueden durar desde pocos días hasta dos o tres semanas. Sin embargo, el periodo de adaptación para que un colaborador recupere su nivel habitual de rendimiento puede extenderse de 15 a 20 días, lo que representa una brecha considerable en términos de productividad.
Esta prolongación se explica en gran medida por el impacto de síntomas como el insomnio, que afectan directamente el descanso, pilar fundamental del bienestar. El sueño, que ocupa un tercio de nuestra vida, es un proceso biológico esencial para el funcionamiento cognitivo. La falta de sueño profundo, frecuente en el SPV, interfiere en la consolidación de la memoria y la concentración, prolongando así la fase de bajo rendimiento. Por ello, la recuperación activa del trabajador está estrechamente vinculada a restablecer una calidad de sueño adecuada.
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