Cuentan en la mitología griega que Procusto era un posadero que ofrecía cobijo a los viajeros solitarios.

Parecía buen tipo, pero tenía sus manías.

Al ofrecerles cobijo, les ofrecía su cama de hierro. Una vez dormidos, si el viajero era más alto y sus extremidades sobresalían de la cama, Procusto las igualaba con un hacha o una sierra.

Si, por el contrario, eran pequeños, los estiraba a martillazos hasta descoyuntarlos.

¿Y si el viajero era del tamaño de la cama? Te estarás preguntando.

Procusto, que tenía todo bien pensado, tenía dos camas, una más grande y otra más pequeña y, dependiendo del tamaño del viajero, le ofrecía una u otra.

¿Cuántos Procustos conoces? Quizá ahora no corten o descoyunten miembros, pero sí pueden destrozar a personas.

Existe en psicología el síndrome de Procusto y se define como “el rechazo hacia las personas que sobresalen, es decir, a la incapacidad para aceptar las virtudes de otros”.

¡Cuánto daño hacen estos en las empresas! ¡Cuánto daño hacen a las personas que quieren desarrollarse! ¡Cuanto daño hacen…!

Lo malo es que pueden parecer buenos, como el posadero.

Los reconocerás porque siempre quieren tener razón (cosa que es imposible), porque juzgan constantemente lo que hacen los demás y nunca se paran a pensar lo que hacen ellos, porque son egocéntricos y porque son capaces de aliarse con su mayor enemigo si así deslegitiman al que ven como su adversario.

No sé si es baja autoestima o envidia, creo que da igual. Lo que sí sé: no los querría en mi equipo.

Procusto estuvo haciendo de las suyas, hasta que Teseo, que sabía cómo se las gastaba el posadero, le pregunto a este si la cama era de su tamaño y porque no se tumbaba para comprobarlo, Procusto acepto y se acostó, entonces fue Teseo el que le igualo con la cama.

Si tienes alguno en tu empresa, no hagas de Teseo, pero no te quedes de brazos cruzados. Son tóxicos, pero tienen solución, que pasa por las manos de un buen terapeuta.

Parecidos a los «Procustos» son los «Hurbis», pero esos son para otra historia.

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